6.26.2014

El Piano... y la vida.



Siempre existirán circunstancias individuales, momentos, personas; hechos históricos, políticos y sociales, que marcan la vida de los seres humanos. Que definen el imaginario social y personal. Pertenezco a las generaciones que, además, han sido marcadas por los medios masivos de comunicación. Por los productos mediáticos.

Me enamoro con música y voy por la vida observando el mundo a través de lo que leo. Sí, nuestras construcciones culturales están irremediablemente ligadas a lo mediático.


Quienes me conocen, lo saben: El Piano (Campion, 1993) es mi película favorita en todo el mundo. Se estrenó en Cannes y se llevó la Palme d'Or, en empate con Bawang Bieji de Kaige Chen. Al año siguiente, en la entrega del Oscar, se llevó 3 de 9 nominaciones: Mejor actriz protagónica - Holly Hunter; mejor actriz de reparto - Anna Paquin; y mejor guión -Jane Campion.


Dejando de lado los premios que, finalmente, siempre podrán ser cuestionados. El hecho real, certero, es que la neozelandesa Campion vino a dejar muy claro lo que las mujeres con talento podían lograr en el cine.

En 1993 yo tenía 17 años. Vivía con mis padres y (lo mismo que a Anna Paquin) no se me permitió verla en el cine. Sin embargo fui testigo, a través de la televisión, del revuelo que la película provocaba alrededor del mundo. Poco sabía entonces de lo que llegaría a significar en mi vida.

No recuerdo exactamente cuándo la vi por primera vez. Tengo claro que algún novio tuvo a bien regalármela en VHS y de ahí el amor (a la película, no al novio).  Caí -sin remedio- ante el protagonismo femenino y decimonónico. Ante la fortaleza de Ada y la belleza arrebatadora de la fotografía de Stuart Dryburgh. Ah, y por supuesto, ante la espléndida musicalización de Michael Nyman.

Tan pronto fue posible me hice del soundtrack en cd., el resto es historia conocida.

Hará cosa de un mes, tuve oportunidad de presenciar la musicalización en vivo del filme, a cargo de Roberto Salomón, en la Cineteca Carlos Monsiváis del Centro Cultural Tijuana. Tal acontecimiento vino a cerrar un proyecto personal del pianista; una trilogía fílmica precedida por Amélie y Cinema Paradiso. Para mí: la oportunidad de apreciar esta obra del séptimo arte en su justa y entera dimensión, la gran pantalla.


Roberto sí recuerda la primera vez que estuvo frente a la obra de Campion: 

Fue en febrero de 1994 en un cine en Monterrey. La película había sido nominada a muchos premios y se exhibía como una de las favoritas a ganar el Óscar. Sin embargo, varios meses antes leí un artículo muy interesante en una publicación llamada "Sight & Sound" donde elogiaban la cinta y mencionaban que había ganado la Palma de Oro en Cannes, me llamó mucha la atención una fotografía donde aparecía una mujer flotando en el fondo del mar sobre un piano, atada a él como un cordón umbilical. Ver El Piano por primera vez, fue un impacto sobrecogedor, sobre todo la música porque no había escuchado algo parecido. No sé, las melodías eran tan particulares y las armonías tan diferentes del mundo del piano clásico. Así que fue como entrar a un mundo musical nuevo que me sedujo de inmediato.

El pianista regiomontano, avecindado en Tijuana desde hace varios años, recuerda también la serie de malabares que debían vivirse -entonces- para tener a la mano información, partituras, música (situación ajena a las nuevas generaciones, quienes encuentran prácticamente todo con un simple "click" en google).  Recuerda, por ejemplo, que volvió en repetidas ocasiones a la sala de cine, para aprender "de oído" una pieza en particular: "The heart asks pleasure first".

Efectivamente, la historia escrita y dirigida por Jane Campion, en la cual una mujer muda, de la Escocia a mediados del Siglo XIX; es vendida y casada por su padre, a un terrateniente en Nueva Zelanda. Mujer cuyo único medio de expresión, además de su pequeña hija y traductora Flora, es el piano; jamás hubiera sido lo mismo, sin el acertado trabajo de musicalización de Nyman. Roberto explica:

La música propone un viaje, recorre la trama con sus melodías, está llena de claroscuros, es romántica y gótica a la vez. Sin la música, la película carecería de fuerza. Con la música el mensaje es redondo, gracias a ella la película ha llegado a trascender, el tiempo la ha tratado muy bien.


A poco más de 20 años de su estreno, volver a The Piano, es un verdadero y delicioso capricho concedido a la nostalgia. En mi caso, el disfrute de la gran pantalla que, finalmente, es la manera en que toda película debe ser vista. Esa oportunidad, lo tengo claro, será algo que agradeceré por siempre a Roberto Salomón.

La historia, como bien apunta el pianista, compositor y arreglista; sigue tan vigente como entonces. Mi corazón decimonónico la abraza. Y, dadas mis circunstancias de vida la encuentro ahora, de alguna manera, como espejo de posibilidades. Admiro profundamente y aspiro, claro, a vivir la fortaleza de Ada, y su temeraria apuesta por la pasión. 



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